sábado, 29 de octubre de 2016



Una escultura de sombra y sal ha aparecido de la nada como el monolito de Odisea 2001. Su postura imposible invita a mirarla en busca de explicación. El paso del tiempo no produce que la duda sobre su razón de ser remita. El paisaje donde se haya no es menos intrigante. Un lago de extensión kilométrica apenas profundo, unos pocos dedos únicamente. Aguas rojizas y fondos de textura lacerante, que convierte en doloroso el caminar descalzo. Un horizonte romo e indeterminado en la distancia. En lo alto un sol inmenso convierte en un espejo el plano de agua.

Arriba y abajo se muestran similares. La duda no remite. La escultura persiste.






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